LEYENDA DEL CASTILLO DE SAX 

By febrero 28, 2022 Días con mensaje

El castillo de Sax fue construido allá por el siglo X y se alza sobre una peña situada a la derecha del río Vinalopó, por su situación, fue un lugar privilegiado para poder vigilar y defenderse, es un castillo que encierra numerosas batallas, pero también una leyenda que cuenta una historia de amor y odio acaecida en él.

En tiempos de los árabes existió un rey que vivía en el castillo, su hija tenía una belleza que jamás habían contemplado las gentes del lugar, la simetría de su cara era envidiable, tenía unos enormes ojos color miel, unas pestañas largas y brillantes al igual que su cabello, una sonrisa radiante y sus dientes blancos como la espuma del mar. Saber qué utilizaba aquella joven para mantenerse tan bella era una pregunta que se hacía todo el mundo, y, por si fuera poco, cuando ella pasaba, una fragancia de azahar le perseguía y embriagaba a todos los presentes. Todas las personas que conocían a la princesa quedaban prendadas de su hermosura, no era de extrañar pues, que tuviera un ejército de pretendientes que hubieran estado dispuestos a hacer cualquier cosa en tal de conseguir el amor de aquella joven.

A la princesa le gustaba pasear por palacio, a veces, le encantaba corretear por él como una niña, y le gustaba admirar a través de la ventana el bello paisaje que rodeaba el castillo, y es que se notaba que era una muchacha alegre y jovial, siempre estaba contenta y sonriente, trataba a todos por igual y ayudaba a todo aquel que se lo pedía. Las personas que le conocían siempre hablaban con admiración de la belleza y la bondad de aquella muchacha que les transmitía tanta alegría y tranquilidad.

En aquellos tiempos, en los que se creía en la superstición y en la magia, era normal que el rey contara con un hechicero para que con su magia y hechizos consiguiera dominar la voluntad de las personas, especialmente de los enemigos del rey, o cambiara el transcurso de algunos acontecimientos que pudiesen ser perjudiciales para el castillo y sus alrededores, y en algunas ocasiones, para alejar las enfermedades y los maleficios que pudieran hacer en contra del rey y su familia.

En aquel castillo habitaba uno que, desgraciadamente, se había enamorado perdidamente de la princesa. Durante el día, observaba todos sus pasos e inhalaba el aroma que la princesa iba dejando a su paso, por las noches no podía dormir, el bello rostro de la princesa se le aparecía en sueños, y se levantaba sobresaltado porque sabía que era imposible que muchacha se fijara en un viejo hechicero. Todas las noches el mismo sueño le perturbaba, él se acercaba a la princesa y ella le miraba burlona mientras se alejaba corriendo, ese sueño iba adueñándose de él hasta el punto de estar obsesionado por la princesa, y frustrado y enfadado por la imposibilidad de conseguirla

Una de esas noches de insomnio, el hechicero se asomó a su ventana y se sorprendió viendo como la princesa, aquella cuyo amor le estaba quitando el sueño y también la vida, corrió hacia un espigón cercano a la puerta del castillo y allí se quedó sentada contemplando hacia lo lejos. El hechicero absorto por sus sentimientos, contemplaba a la joven, su silueta se veía perfectamente con la luz de la luna, su aroma llegaba hasta allí, esa fragancia que le tenía hipnotizado. En ese embelesamiento, imaginaba a la princesa girándose hacia él y haciéndole un gesto de que se acercara a ella, y él, obedeciendo la señal, iba corriendo a la puerta del castillo a coger a la muchacha en sus brazos y se acercaba a su rostro dándole el beso más dulce que nunca hubiera podido existir. Sin embargo, cuando más absorto estaba en sus pensamientos, sintió un gran estremecimiento, y es que, observó una sombra extraña que se acercaba por el camino, aquella figura era la de un hombre, que, a medida que se hacía más visible, pudo reconocer, era el lechero que a esas horas solía llevar la leche para suministrar al castillo.

El lechero, al ver que la princesa le estaba esperando, soltó la leche que quedó toda desparramada, fue corriendo a los brazos de la princesa y se fundieron en un gran beso lleno de amor y pasión. Los enamorados se sentían felices y en aquel momento de dicha no se les ocurría pensar en nada ni en nadie, jamás podrían haber imaginado que estaban siendo observados por la única persona que podía convertir aquellos sentimientos en una pesadilla.

El rostro del hechicero cambió de repente, se tornó de color grana, empezó a sudar, los latidos de su corazón casi se podían escuchar y su respiración empezó a acelerarse de tal modo, que la pareja sintió su presencia, y se giraron para ver de dónde venía aquella especie de jadeo, entonces vieron la expresión del semblante del viejo. Se asustaron mucho imaginando sus intenciones, se cogieron de la mano e intentaron huir, pero aquel intento fue en vano, la furia y los celos se habían apoderado de aquel hombre de tal forma que nadie podría parar su ira, utilizó la magia más negra que encontró en sus entrañas que, junto con toda su rabia, hizo que lanzara un hechizo que nadie pudiera deshacer jamás, y entre una nube de humo que dejó sin visión a los enamorados, envió un rayo que los dejó paralizados. La princesa se convirtió en una fina aguja de piedras de frente al horizonte y a su amado le convirtió en Tortuga, tras semejante fechoría, el hechicero desapareció y nunca volvió a aparecer por el castillo.

Misteriosamente, según las gentes del lugar, a medida que pasan los años, da la sensación de que cada vez se ven más cerca la aguja y la tortuga, es lo que se va contando de generación en generación, y la creencia popular es que, cuando estén lo suficientemente juntas como para darse un beso, el conjuro se deshará y podrán disfrutar del amor que aquel hechicero les arrebató. Y los descendientes del pueblo que puedan llegar a verlo le recordarán a la princesa y al lechero todos los acontecimientos que han ocurrido en aquellas tierras desde su conjuro.