Las formas en que nos vinculamos en pareja no son aleatorias. Tienen raíces profundas en nuestras experiencias emocionales tempranas. Algunas personas buscan cercanía constante, otras valoran mucho su espacio. Algunas se expresan con facilidad; otras prefieren guardar lo que sienten. Todo esto está influido por lo que se conoce como el estilo de apego.
Desde la infancia aprendemos, sin darnos cuenta, cómo amar y cómo dejarnos amar. Estas primeras vivencias dejan huellas que luego se reflejan en nuestras relaciones adultas. Sin embargo, ese patrón no es un destino fijo, se puede transformar.
Existen distintos estilos de apego:
Seguro: permite construir relaciones equilibradas, con espacio para la intimidad y la autonomía.
Ansioso: aparece cuando hay una necesidad constante de confirmación afectiva y miedo a ser abandonado.
Evitativo: busca la independencia extrema y evita la cercanía emocional.
Desorganizado: mezcla deseo de amor con temor al mismo, generando confusión y conflicto interno.
¿Pasa algo si tu estilo y el de tu pareja son distintos?
Puede ocurrir que estilos opuestos se atraigan, lo que puede generar malentendidos. Pero entender estas diferencias abre la puerta a una comunicación más clara y a vínculos más saludables.
¿Se puede cambiar?
Sí. Modificar un estilo de apego no significa dejar de ser uno mismo, sino aprender a relacionarse desde un lugar más consciente y seguro. Esto puede lograrse con trabajo personal, diálogo honesto y, en muchos casos, acompañamiento terapéutico.
Conocerte emocionalmente es el primer paso para amar con más libertad. No se trata de ser perfectos, sino de construir relaciones que sanen, no que repitan heridas.
“Sanar tu estilo de apego es abrir la puerta a un amor más libre, más sano y profundamente verdadero.”
